La carrera presidencial en los Estados Unidos transcurre en medio de un escenario particular: una crisis multinivel acentuada por la pandemia mundial del coronavirus combinada con una fuerte polarización política y social. En este marco, los partidos demócrata y republicano apelan, en sus respectivas campañas, al sentimiento de una elección sin precedentes en la que se juega a todo o nada.
Es en este contexto que Kamala Harris, actual senadora por el estado de California, ha sido nominada a vicepresidenta del Partido Demócrata, convirtiéndose en la primera mujer negra en la historia estadounidense en integrar la fórmula presidencial de uno de los dos principales partidos del país.
Pero, ¿qué relevancia tiene su nominación en este contexto? ¿porqué se trata de una candidatura histórica? Si bien Joe Biden se había comprometido durante las primarias a elegir una mujer como compañera de fórmula, y Kamala estaba entre las posibles candidatas, su nominación posee, al menos, dos dimensiones a ser destacadas: una simbólica y otra de tipo interseccional.
En primer lugar, es simbólica puesto que en el ámbito de la política los espacios de decisión y de poder han estado mayormente reservados a hombres blancos y, en menor medida, a mujeres (igualmente blancas).
Por un lado, el antecedente más inmediato de Harris es Shirley Chisholm, la primera mujer negra en participar de la contienda demócrata por la presidencia en los 70’s. Por el otro, esta es la cuarta ocasión en la que una mujer participa en la fórmula presidencial en toda la historia de los dos principales partidos políticos estadounidenses: mientras que Hillary Clinton fue la primera candidata a presidenta por el Partido Demócrata en 2016, Geraldine Ferraro y Sarah Palin fueron las primeras candidatas a vicepresidenta de los partidos demócrata y republicano, en 1984 y 2008, respectivamente.
En segundo lugar, la dimensión interseccional de esta candidatura pone de manifiesto que la mirada homogeneizante sobre la experiencia de las mujeres oculta las relaciones de poder y de privilegio existentes, así como los distintos ejes de opresión que afectan a las mujeres negras, tanto dentro como fuera de la política.
Retomando brevemente la discusión de los feminismos negros de los 70’s y 80’s en torno a las distintas fuentes de desigualdad existentes, un grupo de activistas feministas negras reunidas bajo el nombre Combahee River Collective, reconocía la simultaneidad de opresiones de clase, género, raza y sexualidad que las mujeres negras experimentan a lo largo de sus vidas.
Luego, Kimberleé Krenshaw desarrolla el concepto interseccionalidad como una herramienta para abordar las múltiples (y propias) identidades que atraviesan a las personas. No se trata ni de una sumatoria ni de una jerarquización, sino de una interrelación de múltiples fuentes de desigualdad y opresión. A partir de la interseccionalidad política explica que las mujeres negras están situadas y, por tanto, invisibilizadas dentro de, por lo menos, dos grupos que suelen perseguir agendas políticas dispares: hombres negros y mujeres blancas. Y aquí radica uno de los principales desafíos de Kamala Harris de asumir como vicepresidenta de EE.UU, puesto que, como afima Krenshaw:
“las narrativas de género se basan principalmente en la experiencia de las mujeres blancas de clase media, y las narrativas de raza se basan en las experiencias de los hombres negros”.
El triunfo de la fórmula demócrata representaría una gran oportunidad para abordar simultáneamente los órdenes raciales y de género, cuestionando los discursos misógino y racista. Quizás el término “misogynoir” de Moya Bailey sea el más apropiado para ilustrar esta situación, puesto que se trata de un tipo específico de misoginia basado en el racismo – fenómeno estructural en la sociedad estadounidense – que da cuenta de los estereotipos que se construyen en torno a las mujeres negras (como por ejemplo los dichos del presidente Donald Trump hacia Kamala Harris como una ‘mujer enojada y loca’).
La candidatura de Kamala Harris es indudablemente histórica. Sin embargo, su nominación por sí sola no modifica el estado de las cosas. En principio, es necesaria una participación efectiva del electorado el día de la votación: que la lucha contra la violencia, la opresión, la marginalización de las comunidades negras y el movimiento Black Lives Matter se traduzca en las urnas el próximo 3 de noviembre.
Paula Zaragoza
Lic. en Ciencia Política (UBA) - Maestranda en Relaciones Internacionales (IRI-UNLP). Especialista en Políticas de Género en las Fuerzas Armadas en el CEED-CDS-UNASUR(2013-2019).