Estar a favor o en contra del aislamiento social, preventivo y obligatorio pasó a ser el tema principal de una agenda pública que olvidó la pandemia de COVID-19 como su causa y, en muchos casos, como el agente de la vida o de la muerte.
Los distintos niveles de Estado y sus protagonistas, sumados a una ciudadanía que en buena parte se expresa inmersa en un hartazgo de aristas variopintas, son los focos comunicacionales de una actualidad caótica a la que abonan minuto a minuto y a sabiendas, los medios masivos.
Escribo desde el Área Metropolitana de Buenos Aires, desde la Ciudad Autónoma, desde el epicentro de la emergencia en la Argentina, desde donde se expresa la desesperación económica, desde donde se construye el relato de la grieta política y desde donde se erige el disparate con protagonistas que dicen estar amparados por el derecho de exponer su mirada crítica ante la opinión pública -una mirada que suponen, la arista principal de la libertad de expresión-.
Sabrán los lectores que expresarse en libertad es un Derecho Humano que en el caso de los comunicadores, también incluye la responsabilidad de ejercer la profesión de comunicar. Porque si hay algo que implica el hecho de constituirse como formador de opinión es el compromiso con la sociedad, el cual no significa constituirse en crítico de todo lo que venga del gobierno.
Son tiempos en los que una buena dosis de mesura comunicacional sería necesaria para no generar por ejemplo, un estallido social. Aunque hay excepciones, pareciera que muchos comunicadores así lo desean. En su afán de justificar que la crisis económica es culpa del gobierno nacional que impuso la cuarentena, hasta han dicho que tenemos pocos muertos en el país y que no entienden con tantos días de aislamiento cómo es posible la escalada de casos. Desinforman y confunden. Aún a sabiendas de que la situación es producto de la pandemia y no del aislamiento, y que países que mantuvieron la apertura económica, hoy tienen una crisis que es tan o más arrasadora que la nuestra -esto no lo dicen-.
A la par de la circulación de tales discursos sociales, durante algunos fines de semana, distintos puntos del país fueron escenario de manifestaciones callejeras de reclamos. La más contundente fue quizás, la del 9 de julio.
Alrededor del Obelisco y sin mantener la distancia social preventiva los manifestantes reclamaron el derecho al trabajo y a la libertad, a la vez que denunciaron al gobierno argentino de comunista y creador de una infectadura, pedían que no se expropiara Vicentín (la empresa que estafó al Estado argentino) y que los k devuelvan la guita que se robaron. También revelaron la llegada de un nuevo orden mundial, teorías conspirativas que incluyen a Soros, Alberto Fernández, Bill Gates, la tecnología 5G y la creación del covid-19 para aplicar una vacuna con un micro chip de control de los ciudadanos. A algún reclamo legítimo y al delirio organizado se sumaron expresiones de violencia de todo tipo, siendo muy repudiable la agresión recibida por un móvil de televisión y todos sus ocupantes.
Una semana después de estas representaciones discursivas dignas del realismo mágico y cuya difusión en la carrera por el rating, desvirtuó la movilización de quienes hacían justos reclamos, el AMBA ingresó en una
nueva fase del aislamiento a la vez que los casos de COVID-19 continúan en ascenso. Lo notable es que los mismos actores mediáticos que reclamaban la flexibilización de la cuarentena, preguntan si fue una buena idea la apertura parcial de la misma. Sí, ya sé. Estamos a un paso de que le echen la culpa a la pandemia.
Me pregunto, qué diría la Organización de Naciones Unidas -edición 1948- ante quienes hoy, se refugian en la libertad de expresión para formar opinión de manera maliciosa. Porque no nos engañemos, nada de lo que circula en los medios es objetivo y desinteresado. Nada, nada.
El lenguaje no es inocente: lo dicho, siempre es dicho por alguien y ese alguien lo expresa desde sus propios filtros interpretativos -y también los de sus jefes, auspiciantes o patrocinadores-. La manipulación discursiva es una herramienta poderosa para la formación de opinión pública a favor o en contra de una idea, una persona, la cuarentena o lo que sea. No existe tal cosa como la objetividad periodística. Ahora bien, una cosa es la opinión fundada y otra muy diferente es la mala intención, en un contexto en el que debería primar el compromiso social con la comunicación -que también es un Derecho Humano-.
Silvina Morelli
Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social (UBA) - Docente (UBA y UNDAV) - Autora - Coordina el GIC Comunicación y Oratoria (Sociales/UBA) - Consultora en Coaching Ontológico y PNL - Asesora en Comunicación Estratégica y Política.
Un comentario
Azucena
julio 25, 2020 at 10:56 pm
Excelente reflexión y mostración de la realidad muchas veces manipulada por lo medios.