Las interacciones conversacionales están en proceso de cambio desde hace
mucho tiempo. Los medios e internet y sus plataformas erigen la pantalla como
superficie de contacto por excelencia. Casi todo lo que ingresa en el cuerpo
como datos de la realidad, entra desde allí. El partido del individualismo por
sobre lo colectivo -como sustento del proceso de despersonalización del que
hablaba Gilles Lipovetsky en los noventas- viene ganando por goleada.
Hace unos meses, explicaba a un grupo de alumnos que la pérdida de solidez
de los procesos sociales en presencia, sumada a la caída estrepitosa del índice
de confianza de los sujetos agudiza el fenómeno de soledades conectadas.
Este repliegue del sujeto sobre sí mismo se ha visto exacerbado en tiempos de
pandemia, tiempos en los que internet permite que estemos conectados desde
los confinamientos.
En este escenario el mundo se puso en pausa, la humanidad comparte una
crisis arrasadora y la ciencia aún no encuentra las rápidas respuestas que se le
exigen para frenar la pandemia. Por su parte, los medios de comunicación y
sus interlocutores, operan de manera obscena sobre las emociones de sus
audiencias, levantando el país de las grietas de tal manera que los anti
cuarentena pelean con los que cumplen el confinamiento, los opositores con
los oficialistas, los promotores del chocolate amargo con los del chocolate
dulce, los linchamientos mediáticos son moneda corriente y lo que es
realmente miserable, la celebración de que tal o cual persona se contagió de
Covid-19. Por su parte, el periodismo presiona al presidente, al jefe de gobierno
porteño y al gobernador de la provincia de Buenos Aires, con la vuelta a la
normalidad -en un país que tiene un alto porcentaje del aparato productivo en
marcha pero que mantiene al AMBA en cuarentena responsable para evitar
una crisis sanitaria-.
Hablar de normalidad con esta foto de la realidad puede parecer inocente
aunque bien sabemos que no lo es. Me pregunto si los militantes de la apertura
económica total sueñan con una catástrofe dolorosa como la de Estados
Unidos o la de Brasil. Asimismo recuerdo, que cuando todo esto comenzó los
medios de comunicación, la política y las redes sociales hablaban de la
empatía y la unidad como valores fundamentales. Les duró poco. Hoy, la
utilización política que hacen de la pandemia algunos sectores es escandalosa,
lo cual sumado a una comunicación desordenada, con poca articulación entre
niveles de Estado, exceso de voluntarismo y donde todos hablan, dicen y
desdicen, con y sin barbijo, resulta un combo peligroso. La gente mira. La
gente escucha. La gente anda entre el apoyo y el hartazgo, no sin razones,
pero sabiendo que si no nos cuidamos entre todos, estalla el sistema sanitario.
Cómo será nuestra vida si la humanidad logra superar esta pandemia, qué
consecuencias tendrá esta pausa y qué aprenderemos para transitar lo que
vendrá, no lo sabemos. Tal vez suene a utopía pero sigo creyendo que los
medios deberían repensar el rol que les cabe como formadores de opinión –
mucho más aún, en un mundo en riesgo-.
Quizá sea una soñadora pero creo que aún podemos reflexionar acerca de qué
vida queremos cuando esto termine e incluso tener mirada crítica de lo que nos
llega de los espacios de poder donde los medios juegan un papel de
relevancia. Ojalá no sea la única.
Silvina Morelli
Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social (UBA) - Docente (UBA y UNDAV) - Autora - Coordina el GIC Comunicación y Oratoria (Sociales/UBA) - Consultora en Coaching Ontológico y PNL - Asesora en Comunicación Estratégica y Política.