Vivimos en ciberculturas de multitudes conectadas, en un contexto oximorónico que nos encuentra aislados y a la vez más comunicados que nunca.El ecosistema que habitamos es testigo de una vorágine informativa, que no tiene precedente en la historia de la comunicación social.
En dicho marco, los seres humanos padecen de infoxicación, una suerte de dolencia contemporánea, producida por un bombardeo permanente de noticias que no pueden procesar.
Lo novedoso es que las informaciones circulantes no sólo son emitidas por una inmensa cantidad de medios masivos tradicionales y con presencia en internet, sino que a ellos se suman noticias construidas por prosumidores que, sin salario ni profesión, generan contenidos informativos construidos con fuentes muy dudosas en materia de veracidad.
Un ejemplo reciente es el del video de la protesta de Chile que, una de las señales de noticias televisivas más vistas de nuestro país, publicó como hechos ocurridos en Villa Azul -el barrio del Sur del Conurbano Bonaerense, aislado preventivamente, luego de que fueran detectadas decenas considerables de casos positivos de Covid19-. Cuando el medio en cuestión reconoció “la metida de pata”, diciendo que su fuente era un informante de la zona, la noticia ya había circulado durante horas y no todos los televidentes pudieron enterarse que se trataba de una fake news. Una puede entender que un cibernauta sin experiencia comparta informaciones de este tipo, pero un error así emitido por un medio que informa a millones y millones de
ciudadanos, no tiene mucha justificación.
Este universo infoxicado es terreno fértil para las fake news que circulan en internet, con una gran velocidad y eficacia. Por fake news entiendo a esos contenidos pseudo periodísticos y muy emocionales que engañan a los lectores/oyentes/televidentes con el objetivo de formar opinión en ellos respecto de los temas sobre los que tratan. El ejemplo del video vuelve a ser ilustrativo: estaba siendo utilizado como evidencia de un malestar que comenzó a posicionarse en la agenda mediática, aunque luego supiéramos que se trataba de hechos ajenos a la realidad bonaerense.
La cuestión a resaltar es que la gran mayoría de personas que reciben estos contenidos, los aceptan como hechos ciertos, verdaderos, veraces o como prefieran llamarlos. En ese sentido, un estudio realizado por la consultora Ipsos en 25 países del mundo, indica que el 86% de los usuarios de internet creyó al menos una vez en la veracidad de una noticia falsa y agrega que el 44% lo hizo más de una vez y que tan solo el 14% nunca cayó en una fake news.
Ya hace tiempo que la alfabetización digital y el uso de medios y sistemas con conexión no es cosa de expertos. De hecho, en nuestro país, el 76% de la población tiene al menos un teléfono inteligente y con él accede a plataformas sociales que en tiempos de cuarentena, profundizaron su relación con los usuarios.
En el contexto de pandemia, si bien la comunicación de todos los niveles del Estado argentino es abundante y tiene espacios oficiales en internet, desde el inicio del aislamiento social, preventivo y obligatorio, una gran mayoría de usuarios de internet eligen informarse en los time line de sus redes (Facebook, Instagram, Twitter, por ejemplo) o mediante noticias, testimonios y consejos que circulan en la red social Whatsapp -datos que rara vez chequean y en su gran mayoría pasan a integrar la larga lista de noticias fake de todos los días-.
A tal punto llegó la circulación de noticias falsas y apócrifas, que a los medios de chequeo informativo de índole privado que ya existían en nuestro país, el gobierno nacional sumó un espacio de lucha contra la desinformación, proporcionando herramientas para chequear laveracidad de las noticias sobre coronavirus -algo que espero continúe una vez que la pandemia quede atrás puesto que las fake news no llegaron con el Covid19 sino que ya existían y eran motivo de interés de muchos de los que nos especializamos en comunicación y venimos investigando sobre este tema-.
Estoy convencida de que en el fondo de toda esta cuestión está la lucha por el sentido -un tema de interés en mi nuevo libro Comunicación Política, Hoy-. Allí sostengo que la popularidad de estos contenidos se funda en el hecho de que los usuarios creen el cuento que ellos les cuentan porque es empático con sus propios cuentos. Esto equivale a decir que están en sintonía con sus creencias, es decir, estas personas no dudan de esos contenidos porque fortalecen esa zona de confort en la cual, lo que dijo fulano o mengano es cierto porque refuerza sus ideas, sus valores y sus marcos de pensamiento. En síntesis: no creen que las fake news dañen y desinformen con la intención de hacerlo sino que simplemente les creen porque se identifican con lo que pregonan, los alivia y los pone en contexto -no nos olvidemos que lo que hacemos refuerza lo que creemos y lo que creemos lo asumimos como verdadero-.
Lo dijo internet y en cada burbuja de posverdad todo lo que ocurre es tal como se expresa. La hiperrealidad de la que hablaba Jean Baudrillard hace unas cuantas décadas está más vigente que nunca. En nuestra semiosfera actual no hay guerra del Golfo televisada mediante imágenes de películas bélicas, aunque el peligro es el mismo y radica en el hecho de que el simulacro se nos aparezca como más real que lo real.
Silvina Morelli
Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social (UBA) - Docente (UBA y UNDAV) - Autora - Coordina el GIC Comunicación y Oratoria (Sociales/UBA) - Consultora en Coaching Ontológico y PNL - Asesora en Comunicación Estratégica y Política.
Un comentario
Azucena
junio 5, 2020 at 10:41 am
Excelente !