La posibilidad de que Estados Unidos instale una base militar en Tierra del Fuego volvió a poner en tensión la agenda política y diplomática argentina. Aunque el proyecto se presenta bajo el paraguas de un acuerdo económico y de cooperación internacional, la opinión pública reaccionó con fuerza: un 72% de los argentinos se manifestó en contra, según un reciente relevamiento de Zubán Córdoba.
El rechazo no sorprende. Tierra del Fuego ocupa un lugar estratégico en el mapa geopolítico global, por su cercanía con la Antártida y el Atlántico Sur, dos zonas de creciente interés internacional. Para la mayoría de los consultados, la presencia militar extranjera en ese territorio no solo genera desconfianza, sino que despierta la memoria colectiva sobre los conflictos de soberanía que marcaron la historia argentina, desde las Malvinas hasta los tratados sobre recursos naturales.
Mientras tanto, el gobierno nacional se mantiene en una posición ambigua. Si bien evita confirmar cualquier acuerdo, tampoco lo desmiente abiertamente, alegando que el diálogo con Washington forma parte de “una agenda más amplia de cooperación económica y tecnológica”. Sin embargo, la falta de definiciones claras alimenta el debate y las suspicacias en el arco político.
Expertos en política internacional advierten que el dilema no es nuevo: aceptar inversiones extranjeras sin perder autonomía es un desafío que la Argentina enfrenta cíclicamente. Esta vez, la discusión vuelve con un condimento emocional y simbólico —la defensa del territorio— que trasciende lo económico.
Así, el mensaje de la encuesta parece contundente: más allá de los eventuales beneficios financieros, la sociedad argentina prefiere mantener su soberanía intacta. En Tierra del Fuego, el sur vuelve a marcar el pulso de una nación que no olvida su historia.
