Mientras los países del G7 debaten cómo mantenerse relevantes, el bloque BRICS ampliado (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Arabia Saudita, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Etiopía) ya concentra el 46% de la población mundial y más del 36% del PBI global medido en PPA (paridad de poder adquisitivo), superando al tradicional grupo de potencias. El cambio no es menor: hablamos de un reordenamiento económico y político sin precedentes en las últimas décadas.
En materia energética, el nuevo bloque BRICS representa el 42% de la producción mundial de petróleo, lo que les otorga un peso estratégico en la economía global y los mercados de energía. Con Arabia Saudita, Irán y Emiratos Árabes Unidos en el grupo, la influencia sobre los precios del crudo y las decisiones de la OPEP se vuelve evidente.
Además, el crecimiento económico sostenido de países como India y China consolida un nuevo eje de poder. Mientras tanto, el G7 —formado por Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Japón y Canadá— ve reducido su peso relativo en la economía mundial y multiplica los esfuerzos diplomáticos para contrarrestar el avance del bloque alternativo.
La incorporación de nuevos miembros a los BRICS responde a una búsqueda de mayor representatividad y multipolaridad. Para muchos países del sur global, esta alianza se percibe como una oportunidad para dejar atrás décadas de dependencia financiera, presiones del FMI y reglas impuestas por las potencias occidentales.
Sin embargo, el avance del bloque también genera tensiones: Estados Unidos incrementó el escrutinio sobre los países BRICS y advierte sobre los riesgos de alinear sus políticas con economías sancionadas como Irán o Rusia. En este contexto, la disputa por la hegemonía mundial ya no solo se juega en los bancos o los ejércitos, sino también en los flujos de inversión, el comercio y las alianzas geopolíticas.






